martes, 3 de julio de 2007

TRABAJANDO, MATE EN MANO


Desde aquí nos comunicamos con todas las personas que visitan nuestro Centro Cultural.


Por medio de esta herramienta maravillosa que es Internet, podemos estar en contacto con artistas, visitantes, colaboradores voluntarios, municipios, bibliotecas populares, docentes, y también con amigas y amigos de tierras lejanas, como Elsa López, escritora que hace unos años escribiera un guión cinematográfico llamado "El Recodo del Sol". (!!) Esta extraordinaria coincidencia nos unió vía Internet y ahora, desde las Islas Canarias, nos envía el cuento que aquí reproducimos.


CASTILLITO DE PAPEL

A Gabriel Botta Lukini


Detrás de las paredes que ayer te han levantado te ruego que respires todavía. Apoyo mis espaldas y espero que me abraces atravesando el muro de mis días. Y rasguña las piedras, y rasguña las piedras, y rasguña las piedras hasta mí.
Me vienen las palabras y la música. Y la imagen de su cuerpo sobre el escenario aquella noche en Buenos Aires cuando Eduardo me llevó por primera vez a un concierto de Charly García. No sé. No sé bien por qué oigo ahora esa música y la voz de Charly cantando. ¿Por qué me viene su voz acompasando los pasos de quien se acerca a mí por la espalda? ¡Por la espalda, no, Dios mío, por la espalda no! Siempre he odiado que vengan siguiéndome los pasos o que me persigan por la calle o me asusten por detrás, sobre todo cuando no puedo ver quien se acerca; cuando no puedo ver el rostro de quien se acerca aunque sea para darme una sorpresa. No lo soporto. Los pelos de la piel se me erizan y siento escalofríos que me recorren desde el estómago a la cabeza. Oigo pasos, se acercan… Si. Son pasos que se acercan. Dios mío, ¿dónde estoy? ¿Qué ocurre? ¿Qué olor es éste que me llega por detrás? No puedo mover los brazos. Me ahogo… Me ahogo… ¿Qué es esto que me oprime la nariz? ¿Qué oscuridad es ésta? No puedo respirar, no veo. Tengo frío. ¿Dónde estoy y por qué?

Apenas perceptibles, escucho tus palabras se acercan las bandas de rock and roll y sacuden un poco, las paredes gastadas y siento las preguntas de tu voz. Y rasguña las piedras, y rasguña las piedras, y rasguña las piedras hasta mí.
Helena se ha levantado esa mañana a la misma hora de todos los días. Se ha puesto la bata y se ha dirigido al cuarto de baño. Luego ha ido al cuarto del hijo para despertarlo como cada mañana. Gabriel, tan pequeño y dormido y hay que despertarlo para llevarlo al jardín de infantes donde lo deja hasta las cinco de la tarde que vuelve del trabajo a recogerlo. El jardín de infantes está a sólo dos manzanas de la casa de Helena. Se llama “Castillito de Papel” y está pintado de colores. De colores las puertas y las ventanas. “Corre, Gabriel, que llegamos tarde”. Acaba de dejarlo en el Castillito de Papel. Acaba de ir calle Velazco arriba con la manita de Gabrielito apretada entre sus dedos; felices los dos por la alegría del sol en las aceras a pesar del frío. “Ten cuidado Gabriel, y te portas bien ¿eh? Y que yo no me entere que le pegas a los demás niños”. Ella se quedaba allí, pegada a la verja viendo cómo el hijo atravesaba el patio con la bolsa de papel azul repleta de compotas y bollos de harina blanca que se comerá en el recreo de las doce. Gabriel, tan menudito y llorón, con esa bolsa casi tan grande como él colgada del hombro. Al llegar a las escaleras se volvía y le decía “adiós mamá” con la manita en alto. Luego ella regresaba a casa, pasaba por la tienda del señor Gustavo y compraba el pan y la leche y las cuatro cosas del día. Dejaba todo sobre el muro de la cocina y, en un abrir y cerrar de ojos, arreglaba las camas, barría el salón, ponía a lavar la ropa, recogía los juguetes esparcidos por toda la casa y salía de nuevo para ir al trabajo.
Con el ruido de la lavadora no escuchó la puerta. Cuando volvió la cabeza había dos hombres delante de ella. La empujaron contra el mueble que cubría la pared grande del comedor donde Eduardo guardaba los discos y las revistas. Luego, el más alto de aquellos hombres le había dado un golpe seco con la mano abierta. El golpe la había dejado sin respiración. No le dolió. Retumbó el golpe dentro de su cabeza, pero no le dolió.
─ ¿Dónde está el maricón de tu marido?
Ella no respondió. No lo sabía. Hacía dos semanas que Eduardo había desaparecido y no tenía ni idea de su paradero. Ni sus suegros ni los amigos sabían nada de él. Se rumoreaba, se decían cosas en voz baja. Pero nada más. Alguien del barrio vino a decirle que debía esconder los libros que Eduardo leía y tirar los discos a la basura; que se estaban haciendo registros por las casas y se llevaban a la gente y luego no se sabía nada de ellas. Que nadie había vuelto para contarlo.

Y rasguña las piedras, y rasguña las piedras, y rasguña las piedras hasta mí.

¿Qué hora será? ¿Y Gabrielito? ¿Quién lo habrá recogido al salir del colegio? ¿Y si Eduardo no sabe donde estoy y el niño se queda solo en la puerta esperando? ¡Dios mío, otra vez ese olor a carne quemada y los pasos detrás de mí! Hay alguien detrás de mí… Su aliento en mi cuello. Estoy desnuda. Tengo frío. El frío me llega a los huesos y tengo la sensación de estar mojada. ¿Por qué estoy mojada? Me duele el pecho… Ahora recuerdo. ¡La cabeza! Tengo la cabeza tapada con algo. No puedo respirar… Duele. Me duele el pelo y la garganta… No veo nada. ¿Qué tengo en la cabeza que no veo nada? Parece una tela… O quizá sea papel. Si. Parece una bolsa de papel. Un papel grueso y áspero. Abro los ojos y casi me lloran de la fuerza que hago por ver algo. Voy a sacar la lengua y así sabré qué es. Despacio… Despacio… Tengo los labios tan hinchados que casi no puedo moverlos. Ahora noto el cosquilleo rugoso mezclado con el sabor dulzón de algo suave y tibio que se escurre, poco a poco, dentro de mi boca. El dolor me atraviesa la nuca y siento que mis ojos se me salen de las órbitas. ¡¡Ahora recuerdo!! Ahora ya sé donde estoy y sé, también, que el papel es de color azul.


Elsa López
21 de julio de 2006